lunes, 17 de septiembre de 2007

DEVOCIÓN POPULAR EN TALLAS BENDITAS
por Aurelio Schinini





Dentro del área guaranítica existen varios “santos” a los que la gente acude buscando protección en el campo de lo sobrenatural. Se da en el marco de un culto generalmente personal, cuyo ícono pertenece a un único dueño, y acerca del cual sólo la persona que lo utiliza tiene conocimiento. El hecho de ser un culto privado cuyo ícono no es compartido con nadie, esta exclusividad, le confiere a su dueño ciertos poderes con los que se ve beneficiado mientras dure este trato exclusivo.
La devoción a imágenes puede ser privada o pública. Se tiene así al Gaucho Gil, cuya devoción se practica en altares populares, al paso de la gente. La mayoría de estos altares están ubicados de la casa hacia la calle o mirando hacia donde transitan otras personas. Mientras que a ciertas imágenes, como las de San La Muerte, San Biquicho, San Alejo o Santa Catalina, generalmente se les rinde culto privado, que no se comparte con el común de la gente.

La adoración a una imaginería popular tiene como protagonista distintivo a San La Muerte, Señor de la Muerte o de la Buena Muerte, que habitualmente está representado por una talla sobre hueso que, si es de humano, resulta mejor. Hacerlo o tallarlo en huesos humanos le da mayor poder a la talla. Los huesos de la mano le confieren más fuerza, y los mejores y aun más poderosos son aquellos realizados con la última falange del dedo meñique. El de la mano derecha es usado para obtener una talla cuyo fin es el de castigar o hacer daño fuerte, mientras que el de la mano izquierda se utiliza para obtener favores.

San La Muerte puede ser tallado también en madera, generalmente del mismo tamaño que el de hueso. Puede servir a distintas finalidades: para escarificarse podría ser de guayacán, una madera dura y obscura del monte chaqueño. O de cedro, y en este caso se talla y es usado para hacer milagros, conseguir favores o cuidar a quien lo posea. Al necesitarlo de poder más fuerte suele tallarse de urunday (del que se extrae parte del xilema en un día santo y al mediodía), madera dura de los bosques semidecíduos del nordeste argentino. Pero lo más intenso o fuerte se logra con madera de cajones de muertos o de cruces de muertos recientes, de no más de siete años de antigüedad, ya que se dice que ese “es el tiempo tras el cual el difunto abandona el féretro”.
En un diálogo con una mujer de la vida, ella me confesó que al caminar por la calle se encontraba protegida por un San La Muerte que llevaba puesto en su vagina, y que había sido confeccionado con madera del cajón de su abuela, a quien ella le pedía protección, prendiéndole velas y rezándole todas las noches antes de salir a trabajar. Al volver, “descansaba” a su San La Muerte en un vaso con agua bendita. Este amuleto hacía que esta mujer no se contagiase de “males” o de enfermedades que sus clientes pudiesen transmitirle (xx, Barranqueras, 2000). La mujer había logrado los beneficios a través de una curandera local que atiende a este tipo de personas, a quien concurren para obtener protección a través de sus poderes.

Los cazadores y los pescadores suelen llevar con ellos una talla realizada con el hueso de su caza mayor, o de aquella que haya resultado la más dificultosa. Para activarla se la debe “curar”, o sea, seguir un proceso de oraciones y exposiciones ocultas en ceremonias católicas. Esto también se logra bañándolas con sangre de las presas obtenidas en sucesivas cacerías.

El San La Muerte tallado en guayacán es para proteger a los marginales o a personas que viven peligrosamente. Para conjurarlo suele alimentárselo con sangre; esta talla, cuando está consagrada, gusta de ella. Se dice que él la “suele pedir”, y que hay que satisfacerlo, porque el santo puede tornarse victimario de aquel que lo atiende. O en muchas ocasiones, cuando se está por dar un paso peligroso, se le suele dar de comer para brindarle más poder. En este caso, nadie más que el dueño podrá saber de esto, y la ceremonia no se comparte con nadie.
Santa Catalina es “una santa fuerte”, con una relación muy directa con el santo. Su devoción se practica en privado. Se le prenden velas rojas los días viernes en un altar no compartido; cuando es necesario se la lleva consigo, y así “uno anda protegido”. Suele ir dentro de un pañito rojo, de seda o de terciopelo. Se la lleva a misa o a una procesión, siempre oculta.
Su imagen usualmente se talla sobre plomo, el rostro las más de las veces recuerda a San La Muerte, es sincrético (ver imagen 33). Es costumbre sumergirla en agua bendita los días martes o viernes. Esta imagen suele pasar de mano en mano y, quien la tiene, debe en vida indicar quién será su nuevo poseedor (que suele ser un pariente directo). En este caso se hace bendecir privadamente de vuelta. Esta renovación de su bendición también se practica cuando los favores que se le piden no se cumplen.
También este ícono pertenece a personas que viven al filo de la vida, tal vez marginales que precisan de una súper protección, ya que dicen que quien la tiene se halla protegido entre otras cosas de la policía; no es de uso para cualquiera. La talla no pasa de 5-7 cm. por 2 y 0,5 cm., pues en algunos casos se la lleva en el bolsillo o dentro de una bolsita colgada del cuello. “Dicen que ataja las balas” (Doña Eustaquia, Posadas, 1976). Ella refiere así al poder que protegía a su marido durante encuentros con la policía o con otros maleantes. También se dice que quien la tiene logra poder pero pierde el interés por el sexo (José, Saladas, 1973).
Las tallas de San La Muerte están generalmente arropadas con una tela roja, permaneciendo así ocultas por mucho tiempo. El que lo posee no suele ni mirarlo, por temor a que entre ellos se cree una confianza y el santo “se le dé vuelta”, ya que esta devoción siempre se realiza en base al castigo y al sometimiento; para lograr un favor, hasta habrá que tenerlo amenazado. La amenaza puede ser la de tenerlo hambriento o castigado en un lugar privado de tránsito humano, hasta que conceda el favor solicitado.
Y cuando uno logra lo que se propuso, el santo debe ser satisfecho y alimentado; pero nunca del todo, ya que así pronto estará dispuesto a cumplir con otro pedido, como si fuera una cadena cuyo engranaje nunca se termina.
Muchas veces se lo mantiene “atado”, en un decir popular; y nunca se lo vuelve a desatar; mejor es desatarlo y volver a atarlo por segunda, tercera o cuarta vez. Al no cumplir, se lo cuelga cabeza abajo y se le prenden velas al revés, de color negro o rojo.
Para tenerlo contento, se le realizan ofrendas, especialmente algunas ligadas a situaciones frente a las cuales la gente se siente desprotegida, y ante las que se busca en lo sobrenatural una cura para el mal. Podrían, por ejemplo, ser bebidas alcohólicas para aquellos dueños que poseen una talla y son alcohólicos. Usualmente se le da parte de la primera copa, bañándola, sumergiéndola (entonces se deja aparte un poco de la bebida para este efecto), escupiéndola, y hasta haciéndole tomar parte de un buche con alcohol dentro de la boca.
En algunos casos, cuando uno padece de un mal o de problemas físicos “también el santo lo padece”; así, al ingerir un remedio, éste también se le ofrece al santo protector. Muchas veces existe cierta complicidad e igualación Santo - Poseedor - Poseído. Suele pensarse que el mal llegó a través del santo, por venganza o por falta de ofrendas. Ante tal situación se le obsequia hasta que el poseedor se dé cuenta de que el mal le ha dado un alivio.
Tal vez lo más fuerte ocurre cuando ante una situación extrema se le ofrece sangre, la mayoría de las veces humana, ya sea la del enemigo o la propia. Para ello se realizan cortes en el cuerpo, con cuya sangre se baña a la imagen. Algunas veces son simplemente gotas. Tanto los cortes como la cantidad de sangre dependen de cada santo y de la necesidad de súper protección que se desée.


Aquiles Coppini, Corrientes. Hueso pintado, 7,4cm. Colección particular.


Ramón Gregorio Cabrera, Corrientes. Madera, 6,5cm. Colección Garcia Uriburu.



Santa Catalina, anónimo, Corrientes. Plomo, 4,8cm. Colcción Schinini.


Anónimo, Corrientes. Madera, 5,1cm. Colección Schinini.


Los conjuros preparados para San La Muerte pueden tener distintos motivos. Por ejemplo, los preparados para que los soldados correntinos llevasen a la Guerra de Malvinas (1982) fueron tallados en madera, huesos humanos o balas (ver imagen 34), pero todos con el fin de otorgar poder para matar al enemigo. El asunto se tornó muy complejo a la vuelta de estos hombres a tierras correntinas, por la cuestión ya mencionada de que la protección de San La Muerte puede darse vuelta. Se dice que muchos de ellos por causa de un “mal arreglo”, o sea, por carecer del conocimiento necesario en los pactos, sufrieron una venganza del alma del difunto enemigo: persecuciones, muertes, que hasta tuvieron que salir a realizar determinados actos con el fin de satisfacer al santo. Algunos de estos hombres dejaron a sus San La Muerte enterrados en las islas, otros lo llevaron al cementerio de Mercedes, o al sitio de veneración del Gauchito Gil, ubicado en esa localidad correntina.
Es que existen concordancias en muchos aspectos de ambos cultos. Entre las oraciones que suelen ser dichas, hay varias que los interpretan como semejantes, o quizá al Gauchito como “esencia” de San La Muerte. Eso sí, al Gauchito se le pide y a San La Muerte se le debe exigir una gracia.

El culto de protección con San La Muerte es temerario. A veces se escucha decir que el santo castigó a su dueño, otras, que lo llevó a cometer desmanes, y en estos momentos se sugiere volver a realizar su conjuro para que “esté contento”. Se vive hasta el final de los días con una talla y se cuida de no perderla. No se tienen dos o tres San La Muerte; la protección y la acción contra otras personas es a través de una sola talla. Se interpreta que cuando el santo no está contento se va, se pierde, o aun que enajena mentalmente a su dueño. Ciertas veces, al verse acorralado o perseguido, este lo lleva y lo entierra por un tiempo en un campo santo de tránsito humano, hasta aplacarlo o necesitarlo nuevamente, por aquello de que este culto siempre se relaciona con el castigo y la presión, y con el peligro y los extremos representados por la cuestión del encuentro con la muerte.

A veces, a San La Muerte se lo venera oculto en un altar familiar de devoción genéricamente católica, junto a otras imágenes; allí, además pueden encontrarse fotos, objetos y reliquias de antepasados. Las tallas de San La Muerte, tantas veces realizadas en huesos o madera del cajón de un desconocido, terminarán representando al difunto venerado en el altar, quien será el invocado cuando al santo se le pida un favor.
Al morirse un hombre que tenga una talla de San La Muerte incorporada bajo la piel, ésta le debe ser extraída ya que es el momento en el que el santo se apodera de su físico y el alma no se va del lugar. Los lugareños suelen decir que “no se muere del todo”.
La persona que le extraiga al difunto o al que padece en una larga agonía el San La Muerte debe ser un allegado, alguien especial. Para que el poseedor original pueda morir bien, el santo debe ser enterrado o pasar a la propiedad de la persona que realiza la extracción. Entonces, se promete y se lo conjura nuevamente. Y mientras dure el luto por el difunto, el santo permanecerá inactivo.
En algunos casos se le llama Señor de la Buena Muerte y, según sea su conjuro, puede servir para ayudar a morir y llevar lejos al difunto. Se le rezan novenas a los tres o nueve días, y aun al año del fallecimiento de su poseedor.
También existen situaciones en las que se dice que resulta problemático invocar a San La Muerte, tales como los casos en los que haya niños o ancianos próximos a la muerte, ya que se considera que “no están preparados para recibirlo”.

El temor lleva a buscar la conquista de cierto poder para enfrentarse al problema de la vida y su final. Cuando esto se da a la inversa, se observa el triunfo de la caducidad con castigos, enfermedades, derrotas, largas agonías o fallecimientos en los que el difunto no se va del área donde vivió físicamente, tornándose un alma vengativa o peligrosa.
Todos estos pactos del dueño o poseedor con la imagen son siempre un enfrentamiento entre la necesidad y el poder; se podría decir, de la vida ante la muerte.

AURELIO SCHININI nació en Asunción del Paraguay. Se dedica desde siempre al estudio de las plantas medicinales, mágicas y religiosas, particularmente en el área guaranítica. Es botánico profesional y desarrolla sus tareas en el Instituto de Botánica del Nordeste (CONICET-UNNE) de Corrientes, ciudad en la que reside desde hace 33 años. Realiza permanentes viajes por los distintos ambientes del nordeste de Argentina, Bolivia y Paraguay. Dado su interés por el estudio del comportamiento humano ante situaciones de aculturación y marginalidad, ha realizado una extensa documentación del folklore y la religiosidad popular de esos lugares


Aquiles Coppini, Corrientes. Madera, 17,3cm. Colección particular.

Aquiles Coppini, Corrientes. Madera, 6,2cm. Colección particular.


Ramón Gregorio Cabrera, Corrientes. Madera, 5,6cm. Colección Particular.


Anónimo, Corrientes. Hueso y caña, 15,4cm. Colección Garcia Uriburu.

4 comentarios:

yolanda dijo...

Hola queria preguntar como puedo hacer para comunicarme con Aquiles coppini para saber como puedo comprar las estatuillas talladas de San La Muerte gracias

yolanda dijo...

mi correo es yoli_lu_31@hotmail.com

pepe dijo...

hola buenas tarde quria saber si se puede comprar la santa catalina que esta en la foto que es de plomo o es solo una presentacion desde ya muchas gracias.

Territorio Sagrado dijo...

Hola. No, la Santa Catalina pertenece a una colección privada. Saludos